EL ATENEO
Ponce Bernal fue, junto a otros intelectuales y hombres de su generación, impulsor del Ateneo Popular de Huelva

Ponce Bernal fue, junto a otros intelectuales y hombres de su generación, impulsor del Ateneo Popular de Huelva. Lo cuenta muy bien su buen amigo Rafael Torres Endrina, periodista almonteño, con quien entró en el Diario en enero de 1928 y que marchó a Madrid a los pocos meses. Contaba en Heraldo (12-07-1928) que en el verano de 1922, mientras tomaba un café, a raíz de una conversación con el empleado que le estaba sirviendo, éste le animó a llevar la iniciativa de crear un ateneo en Huelva que pudiera convertirse en centro libre de enseñanza. Este tipo de centros de la cultura existieron en Huelva a finales del siglo XIX y primeros del XX con una vida azarosa. Precisamente en 1900, Juan Ramón Jiménez impulsó la reapertura del Ateneo de Huelva, encontrándose con la oposición de la clase social y política conservadora, como cuenta María Antonia Peña en “El sistema caciquil en la provincia de Huelva. Clase política y partidos (1898 – 1923)”.
Entusiasmado con la idea, reunió en el café La Perla a un grupo de amigos y “en pocos días estaba redactado el reglamento y un vibrante manifiesto”. Comenzó así la andadura del Ateneo Popular de Huelva. Entre esos amigos, impulsores del proyecto, citaba a nuestro autor como escritor: Manuel Sanz Hernández, empleado; Manuel del Río y Gonzalo Leandro, camareros, Domingo Navarro Riguez, panadero; José Ponce Bernal, escritor; José Trigo Durán y Enrique Andivia, metalúrgicos, y él mismo, que entonces ya dirigía El Defensor. Esta diversidad de profesiones explica el sentido que quería darse al nuevo centro cultural, que era atender la educación de las clases modestas para que obreros e intelectuales por igual tuvieran acceso a una instrucción y a una biblioteca. Después de celebrar varias asambleas en el Orfeón Onubense, quedó elegida la primera junta directiva con Amós Sabrás como presidente y Torres Endrina como vicepresidente. El Ateneo Popular de Huelva, cuya sede se encontraba en la calle Gravina de la capital, fue presentado el 20 de enero de 1923 y registrado en el Gobierno Civil de Huelva cinco días después, con la finalidad de “difundir los conocimientos científicos entre las clases sociales”.
La labor fue muy intensa, a tenor de lo que describe el periodista en su reportaje, entre ellas la apertura de la biblioteca, que en el momento de escribirlo, 1928, contaba ya con “varios miles de volúmenes”. Explicaba que al semestre de empezar a funcionar, el Ateneo Popular de Huelva contaba con “un millar de socios y más de trescientos alumnos”, cifras que se habían triplicado a lo largo de todos esos años, en los que habían funcionado “con normalidad clases de primera enseñanza elemental (masculinas y femeninas), dibujo (también para ambos sexos), francés, inglés, labores, música, taquigrafía, corte y confección, economía, contabilidad, etc., etc., todas a cargo de profesores entusiastas, muchos de ellos sin remuneración fija”. Además, explicaba que existían secciones de Literatura, Ciencias Sociales, Medicina, Cultura física, Enseñanza para la mujer, Derecho y Bellas Artes”. Con esta labor, decía el amigo de Ponce Bernal, “los trabajadores encuentran allí recreo para su espíritu, libros en abundancia, conferencias y frecuentes espectáculos de arte, cátedras de todo abiertas para todos y un sinfín de medios educativos de los que Huelva carecía si los pertinaces enemigos del Ateneo hacen triunfar sus insanos propósitos”. Igual que ocurriera a principios de siglo con la reapertura del Ateneo de Huelva impulsada por Juan Ramón Jiménez, nuevamente la iniciativa cultural se encontraba con una oposición similar a la de entonces. La condición de diputado a Cortes del socialista Amós Sabrás fue razón para que los “eternos papistas”, en palabras de Torres Endrina, protestasen. Pero logró sobrevivir hasta la guerra civil.
Es muy interesante este reportaje que describe la vida de un centro que debió servir a Ponce Bernal de refugio cultural para enriquecer su formación. No era desdeñable poder beneficiarse de las enseñanzas de los ilustres profesores que se prestaban a la inmensa labor de la educación fuera de los centros oficiales.
SIN EL CALOR DE LA CONCIENCIA SOCIAL, LAS MEJORES EMPRESAS FRACASAN
Diario de Huelva, 02-10-1927