EL HOMBRE DE ACCIÓN

José Ponce Bernal hizo un periodismo militante, comprometido. Fue sin duda un intelectual en el amplio sentido del término que utilizó Unamuno y otros de su generación en el siglo XIX

José Ponce Bernal hizo un periodismo militante, comprometido. Fue sin duda un intelectual en el amplio sentido del término que utilizó Unamuno y otros de su generación en el siglo XIX. Se formó en el ambiente de cambio en el pensamiento y en las actitudes de la sociedad española que protagonizaron los hombres y mujeres de la Generación del 14: Ortega, Azaña, Giner de los Ríos, Ramiro y María de Maeztu, Zenobia Camprubí, Campoamor, Marañón, etcétera. Y creció junto a los de la del 27: Lorca, Alberti, Ayala, Chacel, Cernuda, etcétera.

En una provincia alejada de ese eje cultural y político, Ponce creó opinión desde las páginas de los periódicos, impulsó acciones culturales como la puesta en marcha del Ateneo Popular de Huelva; promovió campañas para elogiar figuras de la literatura, como Benavente o Mariano de Cavia; y de la pedagogía, como Luis Bello.

Vio e interpretó el problema de Huelva como aquella Generación del 14 vio e interpretó el problema de España. La falta de cultura conducía a la frustración y ésta incapacitaba para alcanzar el ritmo que marcaba el resto de España para Huelva y Europa para España.

Los periodistas, para él hombres de comprensión, tenían una enorme responsabilidad en la tarea de educar. Además de desarrollar la función social que le era propia, veía su profesión como un complemento ideal para orientar el pensamiento y crear opinión. Consciente de ello, se valió de este resorte para influir, como harían muchos escritores del 98 y la mayoría de los componentes de esta Generación del 14.

El periodismo era para él un trabajo digno, respetable y comprometido. Defendió su oficio en muchos de sus escritos, salió en defensa del periodista honrado y sufrido, competente y modesto. Sentía pasión por su oficio cuando nos habló del “virus embriagador del periodismo”. Entendía que su finalidad era ser útil, aunque también distraer, incluso divertir, aplicando la doctrina de enseñar y deleitar de Horacio (“prodesse et delectare”).

Respondía a la perfección al prototipo de hombre culto de su generación que sintió la necesidad de comprometerse políticamente. Ortega dijo que la política era una obra de voluntad y que no era suficiente con tener ideas, sino que era preciso materializarlas. Por eso los intelectuales se hicieron políticos. De ahí que defienda tan fervientemente cuánto de ese espíritu generacional había en José Ponce.

Con el final de la guerra y su encarcelamiento vio fracasados todos los intentos personales y colectivos de construir una sociedad justa e igualitaria. Pero aún entonces, como nos muestran las postales, siguió confiando en sí mismo y en la honradez de las personas, en la bondad del ser humano.

Pensaba que los vencedores de la guerra iban a creer en su inocencia y quizá esa postura le hizo confiar y por eso se quedó en España tras su salida del Ingenio. En Madrid se unió a un grupo de resistencia y de ayuda a presos políticos que sufrían como él lo había hecho durante todo un año.

Seguía creyendo, sentía necesidad de creer hasta el final, de subvertir la derrota, de no rendirse. De alguna manera se inmoló para seguir siendo fiel a la esperanza en la que vivieron muchos exiliados interiores y exteriores.

Marcharse y empezar otra nueva vida. Quedarse y resistir. Lo único que sabemos es que murió en la más absoluta soledad después de varios días de agonía tras su último encarcelamiento. Él y su generación sufrieron el fracaso de un proyecto para España.

Quiero recordar un artículo que escribió el 12 de febrero de 1932 en Diario de Huelva. Elevó a la máxima categoría de lo humano a sus compañeros del Partido Federal, algunos de ellos amigos íntimos, como Simón Vidosa o Galo Vázquez.

Decía que todos representaban en su vida virtudes como la lealtad, la sencillez, el trabajo, la consecuencia, la inteligencia afilada en el mismo esfuerzo diario y la continuidad en la obra. Expresaba que si la civilización se sostenía era gracias a muchos millones de hombres como esos, que vivían y morían en silencio alimentando con su esfuerzo constante el vivir de los otros, gente que no había encontrado un Plutarco que encuadrara sus vidas y terminó diciendo que “No toda la gloria de la vida está en las cumbres, hay también muchas en el arranque de la montaña”.

José Ponce Bernal fue uno de esos miles de hombres que vivieron alimentando el vivir de los otros. Su obra periodística y su acción política merecen respeto y reconocimiento, difusión, análisis, crítica, debate.

 

NINGÚN PUEBLO SERÁ GRANDE SI NO COMPARTE EL PODER EL ORO CON EL PODER DE LA INTELIGENCIA

Diario de Huelva, 02-10-1927